En un rincón del mundo conocido como el Reino de Bolívar, había un rey llamado Nicolás, conocido por sus extravagantes y misteriosas maneras de gobernar. Nicolás, o “El Maduro” como lo llamaban los lugareños, había estado en el trono por mucho tiempo. Su reinado, sin embargo, estaba lleno de controversias y decisiones cuestionables que mantenían al reino en un constante estado de asombro y confusión.
Cada seis años, el Reino de Bolívar celebraba un evento grandioso conocido como «El Gran Día de la Elección». Era un día donde los ciudadanos, desde los más jóvenes hasta los más viejos, salían a las urnas para decidir quién sería su próximo líder. En esta ocasión, la competencia era feroz entre el rey Nicolás y un valiente caballero llamado Edmundo, famoso por sus promesas de traer prosperidad y justicia al reino.
En los días previos a la elección, las encuestas mostraban que Edmundo era el claro favorito. Los bardos y trovadores cantaban canciones de su inminente victoria, y las gentes del reino soñaban con un nuevo amanecer. Pero, como en todo buen cuento, había un giro inesperado.
El Consejo Nacional de Encantadores (CNE) era el encargado de contar los votos. Sin embargo, este consejo tenía una reputación de ser más truculento que honesto. La noche de la elección, cuando todos esperaban el anuncio del vencedor, el CNE hizo su jugada maestra: proclamó a Nicolás como ganador con un 51,2% de los votos. El reino entero quedó atónito, pues los rumores y los bocinazos de los mensajeros decían que Edmundo tenía el 70%.
Los habitantes del reino no se quedaron callados. Armados con pergaminos de protesta y señales de humo digital, tomaron las calles y llenaron las redes mágicas de comunicación con videos y pruebas del fraude. «¡Fraude, fraude!» gritaban en la plaza central, y hasta los animales del bosque parecían unirse al coro.
Nicolás, desde su trono de oro, observaba los disturbios con una mezcla de irritación y desdén. Ordenó a su Guardia Real que reprimiera las manifestaciones. Los soldados, con sus trajes relucientes, salieron a las calles con varitas de gas lacrimógeno y escudos de anti-balas. La represión fue dura, pero el espíritu rebelde del pueblo no se quebrantaba.
En los reinos vecinos, los líderes observaban con preocupación. Algunos, como el Reino del Norte y el Imperio de las Estrellas, comenzaron a hablar de sanciones y desconocimiento del mandato de Nicolás. La presión internacional aumentaba, y el reino de Bolívar se encontraba en una encrucijada.
Aunque Nicolás proclamaba su victoria y su derecho a reinar, el pueblo seguía en pie de lucha. Edmundo, con su armadura brillante, no se rendía y prometía seguir luchando por la verdad y la justicia. Los bardos cantaban que el final aún no estaba escrito y que el poder de la gente podría cambiar el curso de la historia.
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